Yo fui una niña de
muñecas. Tuve muchas y las disfruté. Cuando me casé mi padre me pidió permiso
para regalarlas a unas familias necesitadas que conocía y no podía negarme.
Nadie pensaba entonces que un día querría coleccionarlas. Así me quedé sin mis
muñecas.
Por suerte, unas
cuantas, mis preferidas, se quedaron. Pero solo porque estaban en el pueblo, en
el trastero, guardadas en una caja y ninguno nos acordamos de ellas. Así me recompensaba
el karma mi buena acción.
Algunos años después
tuve una hija y como era de esperar, a ella las muñecas no le interesaban ni
poco ni mucho, lo que no fue impedimento para que yo le comprara muñecas cada vez que se me presentaba la ocasión.
Las dejó como nuevas y
pasados unos años, cuando me entró el gusto de coleccionar muñecas le pedí que
me las regalara. Ella estuvo encantada de desterrarlas de su habitación y yo de
recibirlas. Así empezaba mi pequeña colección.
Bueno, pues al lío, os
presento a mis muñequitas…
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